La fascia es el tejido que envuelve y da soporte a músculos, huesos, nervios y órganos —se conocen alrededor de 100 tipos diferentes— es una red tridimensional de tejido conectivo que une todo el cuerpo. El tejido conectivo es lo más abundante del organismo; está en todas partes y crea un marco flexible que genera sectores y a la vez conecta. Es aquello que da continuidad, coherencia, integridad y protección a toda la estructura corporal. La fascia se puede identificar como láminas tirantes de material delgado y resistente, inteligente y adaptable. Es el tejido conectivo y no los huesos y músculos los que dan la estabilidad arquitectónica al cuerpo; va cambiando y adaptándose al movimiento todo el tiempo y es el que en realidad posiciona articulaciones, huesos y órganos.
Las fascias son estructuras energéticas que se pueden recargar para fortalecerlas y conservarlas húmedas y flexibles. Cuando tienen poca energía, se endurecen y se vuelvan frágiles. Las fascias son como finos conductos de energía que circulan por el cuerpo, por donde pasan los canales y meridianos de energía. Cuando los movimientos que realizamos provocan compresión, fricción y desequilibrio, el tejido conectivo se va deshidratando y esto causa falta de soporte, de respuestas adecuadas y de adaptabilidad. Muchas veces los dolores y lesiones que tenemos, comprenden una desconexión o desadaptación en el tejido conectivo que va perdiendo sus cualidades si nos movemos de forma inapropiada, si forzamos al cuerpo a realizar movimientos bruscos o veloces sin una buena posición o al estar por largos periodos en posturas como las que adoptamos cuando trabajamos en la oficina. En realidad, en cada movimiento que se realiza, todo el cuerpo se involucra. El tejido conectivo está ligado al SNA (sistema nervioso autónomo) y junto con él, regula la postura, la posición de las articulaciones y la comunicación mente-cuerpo. Esta interdependencia entre ambos es responsable de generar la adecuada contracción muscular en cada uno de nuestros movimientos. Las fascias sanas son sinónimo de flexibilidad, de unidad estructural, manteniendo el cuerpo sano y vigoroso. El cuerpo se puede moldear y dirigir a una posición óptima, ya que el cuerpo es maleable. Incluso los huesos están continuamente regenerándose y cambiando su estructura. Muchos problemas de origen psíquico, por no decir todos los problemas emocionales y mentales que a lo largo de la vida sufrimos, derivan en auténticos traumas que afectan nuestra postura corporal.
Al aplicar presión o tracción durante un tiempo más largo sobre tendones y ligamentos, aportamos elasticidad a las articulaciones, pues se regenera la fluidez del líquido sinovial. El cuerpo humano contemporáneo se caracteriza por una alta acidificación que afecta al tejido muscular y conectivo, la intoxicación de estar expuestos a pesticidas, químicos y una alta concentración de cortisol en la sangre –la hormona del estrés--, favorece que la fascia pierda hidratación y elasticidad. La mecánica de las cadenas musculares, la tensión acumulada en el cuerpo se proyecta a nivel visceral. Si se mantiene este modelo de tensión constante, genera hábitos posturales que se trasladan a los músculos y a la fascia. Las fascias registran y guardan nuestras impresiones mentales y emocionales como si fuera un archivador y forma nuestras creencias, actitudes y personalidad. De esta manera, una postura sostenida durante un tiempo determinado (ejercicio isométrico) o en movimiento (isodinámico) modifica parámetros de nuestra biomecánica y nuestra postura corporal. Así como se moldean los músculos, se moldea la fascia, pero de una manera más contundente, pues va atrapándonos y dejándonos encerrados en patrones rígidos y difíciles de desmantelar.
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