La gripe es la eterna compañera de la época invernal, que continúa siendo uno de los grandes misterios a los que se enfrenta la humanidad. El miedo a las grandes epidemias se mezcla con cierta actitud resignada. Para ella no valen los antibióticos, solo aquellos remedios que alivien un tanto los síntomas.
Escalofríos, dolores por todo el cuerpo, fiebre, dolor de garganta y de cabeza, congestión nasal, tos persistente… Por mucho que sepamos cuáles son los síntomas clásicos de la gripe y los hayamos experimentado tantas veces, la verdad es que siempre nos pilla desprevenidos. Durante unos días, uno se siente morir, le duele todo el cuerpo, incluso el estómago se halla tan revuelto que somos incapaces de probar bocado y todo nos sabe igual de mal. Además, esta postración dura toda una semana y tras ella quedamos francamente debilitados.
El virus de la gripe se transmite rápidamente de una persona a otra a través del aire, inhalándose de las partículas de saliva que desprende el infectado al hablar, toser, estornudar. Pero también es un virus resistente y se cree que es capaz de persistir sobre los objetos durante varias horas, especialmente si hace frío y poca humedad. Al llegar el virus a los pulmones, penetra en las células y se multiplica, para luego extenderse a todo el organismo. El periodo de incubación es de 1 a 3 días.
Dado que no existe una terapia específica, el tratamiento para la gripe se basa en aliviar los síntomas. Para ello es fundamental:
• Guardar cama y descansar lo máximo posible, en un ambiente relajado y poco luminoso, y sin comenzar las actividades normales hasta sentirse recuperado.
• Beber mucho líquido: agua, zumos de frutas naturales, caldos de verduras tibios, etc.
• Prevenir la propagación de la enfermedad a los más cercanos, con algunas sencillas precauciones, como usar pañuelos desechables, taparse la boca al toser, lavarse las manos más a menudo, etc.
• En caso de fiebre alta, no arropar excesivamente al enfermo y ayudar a controlarla con paños humedecidos con agua fría en la frente, las muñecas, tras las orejas, etc.
La medicina convencional destina a este aspecto los fármacos sintomáticos, es decir: analgésicos-antitérmicos para aliviar los dolores y bajar la fiebre, antitusígenos para aliviar la tos irritativa, expectorantes para ayudar a eliminar las mucosidades, etc.
La medicina natural recurre a plantas y recomendaciones dietéticas especialmente encaminadas a favorecer la recuperación:
• Una dieta blanda y ligera, con una reducción sustancial del aporte protéico para disminuir los residuos tóxicos en el organismo.
• Mucho zumo de naranja natural por su aporte en vitamina C.
• Miel por su efecto calmante y reconstituyente.
• Infusiones depurativas (saúco), analgésicas (sauce, ulmaria), calmantes (tila).
• Jarabes calmantes, antitusígenos y expectorantes a base de plantas como el llantén, la grindelia, etc.
• Equinácea como tratamiento de fondo para reducir la enfermedad y potenciar la recuperación del sistema inmunológico.
Es importante prestar especial atención a la convalecencia después de una gripe y ayudar al organismo a recuperarse durante un tiempo. Es aconsejable utilizar la equinácea durante este periodo y recurrir, si uno se siente especialmente cansado o agotado, a un reconstituyente como la jalea real o el polen. También es importante volver a las actividades normales poco a poco, sin forzarnos. Las recaídas suelen ser luego más complicadas de tratar y curar.
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